Cambios

Un año hace ya que emprendimos esta aventura de venir a vivir al campo, ya en la década de mis 50.

Cambio de casa. Mudanza, con el consiguiente movimiento de papeles y recuerdos. Desorden temporal escogido, reto de vida rural al frente. Acogida en mi vida ,y en el corazón, de una gata y dos perritos. Fin de la etapa escolar de Lucas. Ya tengo dos hijos que van al instituto.

Cambios, cambios, más cambios… benditos cambios. Todos ellos han sucedido a velocidad de vértigo en este último año. Son indicativos de vida, de felicidad compartida.

2018 fue movidito, no me dio tregua. He entrado en los 50 poniendo mi mundo patas arriba, cerrando etapas y abriendo puertas a proyectos nuevos. Tengo la suerte de poder decir que todos ellos han sido (son) escogidos. He elegido cada una de las situaciones que se presentan, yo soy mi propio agente de cambio. Yo y el tiempo que pasa sin dar tregua.

Ver llegar los 16 años de Carmen, que es una mujer con todas las letras. Guardar, empaquetar y abrir cajas para encontrarme con un diario de cuando tenía 9 años y ver qué pensaba de si misma: que era desordenada (ese aprendizaje continua), que a veces era fastidiosa con su hermano ( también en proceso), que creía que su padre no la escuchaba (me temo que este también y este es trabajo de ellos dos). Ver sus dibujos y sus lápices por todos lados, reencontrar los cuentos leídos y las músicas escuchadas, «Carmen pirata terrible», los mangas, las brujas, encontrar los cromos compartidos, recoger los disfraces, su ropita de bebé…

Los 12 de Lucas y recordar la pelota rodando por el pasillo, con monos por todas partes. los dibujitos animados, las espadas láser, los cómics, los muñequitos (sobre todo recuerdo a «Jana Tana»), los cuentos compartidos de los domingos en mi cama, la música de Pablo Alborán, el fútbol (sus decepciones y aprendizajes), el surf, las carreras al cole, Deadpool y los antihéroes…

A pesar de tener todo el rato la sensación de estar de vacaciones, con lo que conlleva estar así, sensación de temporalidad y provisionalidad, 2019 está siendo el año de echar raíces aquí. Siento que estoy ligada a esta casa, a este campo. Parece que siempre hubiera vivido aquí y sin embargo, la sonrisa no se me borra de la cara, como si acabara de llegar. Es como si el tiempo se parara cuando empiezo a bajar la cuestecita y se abre el valle ante mis ojos. Cada día le veo un color, una luz distinta, una imagen nueva.

Me preguntaba el otro día mi hermana si no echaba de menos mi casa de Carretería, en el centro de Málaga. Sin dudar le contesté: no. Ni las rutinas, ni los espacios, no echo en falta nada.

Es curioso cómo nos acostumbramos rápido a los cambios. Hemos incorporado nuevos rituales, adquirido nuevos hábitos. Pasear con los perretes y la gata por el campo, los desayunos de los sábados en el Cristóbal, los churros de Candelaria, visitar a Salvador para comprar flores, sentarnos a mirar el horizonte juntos, ver pelis los cuatro en nuestra cama, plantar vida nueva en nuestro huerto. Y me encanta.

Cumplir 50 años da qué pensar. Repaso de vida, cierre de ciclo, mirada hacia adelante. Estoy donde quiero estar, ahora más que nunca. Al lado de quien quiero estar y viviendo.

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