Carta a un poeta

Buena tarde la del martes 20 de Abril en Málaga, en el Rincón. Qué gusto ver a tanta buena gente escuchando poesía. Qué gusto verte de nuevo maestro. Quiero tomarme el atrevimiento de contarte una historia, mi historia. Tú que tantas veces has desnudado tu alma, quiero contarte algo de mí para corresponder a tu generosidad.

Desde siempre me gustó leer, hasta casi la hora de levantarme. Lectora nocturna, leía a escondidas. Alguna vez puse en peligro mi cama, con una lámpara puesta donde no debía. De hecho soy la única miope de la familia, creo que por algo debe ser. Adoro los libros, son mi posesión más (a)preciada. Los cuido y los mimo, siempre me dieron igual los pendientes, los pintauñas, las faldas,… prefería ahorrar para comprar libros, cuantos más mejor, música, revistas de cine,… Para pesar de mi madre que siempre temíó que no me echara novio.

Lo que ella no sabía era que yo no iba a necesitar salir del brazo de ningún hombre para salir de su casa, la casa de mis padres. Salí por mi propio pié y pagando yo sola mi hipoteca. Un drama para una mujer granadina de pueblo, pero con estudios, y a la que el pasado le pesó mucho. Con un buen trabajo en una institución malagueña y en contacto con gente muy «progre» de izquierdas…, para mi hija eso no. En fin, la educación, la cultura cristiana, supongo que condicionan y mucho.

Es curioso pero cuando llegué a mi casa una de las primera cosas que hice fue una fiesta con unas amigas/compañeras de trabajo, una de ellas, Nieves, algo mayor que yo, me dijo: Ay qué pena Carmen! La miré perpleja y me dijo: Qué poco te va a durar esto, lo tienes todo tan bonito que en cuanto entre el primero por la puerta, se va a sentar en el sofá, va a poner los pies encima de la mesa y ya no va a querer irse nunca de aquí.

Y así fue, se cumplió la profecía, para mi alegría (y la tranquilidad de mi madre, dejé de ser una solterona, aunque luego pasé a vivir en pecado, la pobre iba de disgusto en disgusto). Le duró poco, porque pasado algo más de un año, hicimos una fiesta con familia y amistades usando como excusa una boda, eso sí, casados por lo pagano y oficiando una sacerdotisa de izquierdas. Supongo que no fue lo más idílico para ella, pero sé que mi padre iba super orgulloso llevándome de su brazo hacia ese altar en medio del jardín más bonito de Málaga. No tardamos mucho en ser padres y como no podía ser de otra manera nuestros hijos son moritos y no han sido educados en la cultura cristiana, ni saben el Jesusito de mi vida, ni ná de ná, que su abuela no lo entiende, porque esto también es cultura.

Pero no era esto lo que quería contarte. Quería ir al principio. Al día que empezó todo. Al día que en la feria de Málaga nos miramos y empezamos a hablar y hablar. No parábamos de reír y hasta bailó conmigo ese día (hoy impensable, como no sea en la más estricta intimidad ;P). La vida, nuestra historia, los gustos, besos y los libros tomaron posesión de nuestra tarde/noche/madrugada. Me dijo que le gustaba la poesía, y me preguntó qué poetas me gustaban a mí. Yo fui sincera y le dije que no leía mucha poesía. Muchas novelas sobre todo. Pero para mi eran especiales Benedetti, Miguel Hernández, Antonio Machado, García Lorca,… Me dijo que le gustaban los mismos que a mí. Mentirosillo…

Desde esa tarde/noche, en que ya no hemos separado nuestros caminos, la poesía tiene un papel más necesario para mí que nunca antes. Llegó con Silvio al que conocía poco, con sus libros de Java, WordPress, Oracle y otras lenguas que yo no había escuchado en mi vida, pero sobre todo vino contigo que has pasado a formar parte de nuestra casa.

Uno de sus primeros regalos fue una edición de «Completamente Viernes», que vino acompañada de Antonio Colinas (Córdoba adolescente) y Ricardo Molina (Elegías de Sandua). Recurrió a un amigo estudiante de filología y poeta aficionado, para pedirle socorro.

Confieso que no te conocía, confieso que me quedé colgada de tus versos escritos para mí. «Problemas de geografía personal», hablaba de mí, de esos fines de semana que nos encerrábamos en mi casa, nuestra casa, de cómo pasaban en un suspiro y llegaban volando los domingos por la tarde y yo no quería que se fuera…

Nunca sé despedirme de tí, siempre me quedo

con el frío de alguna palabra que no he dicho,

con un malentendido que temer,

ese hueco de torpe inexistencia

que a veces, gota a gota, se convierte

en desesperación.

Ahora mientras te escribo esto, ya debes saber qué está haciendo. Llenarlo todo con unos y ceros.

Dejar un Comentario

Los campos marcados con * son obligatorios.