Oxi y otras cuestiones menos mundanas

Ya se ha celebrado el referendum griego en el que se sometió a la decisión de la soberanía popular el futuro del país cuna de la democracia. Todo ello con el aplauso de unos (yo me incluyo) y el susto enorme de los más contrarios a consultar con la ciudadanía las medidas/correctivos que les van a aplicar sí o sí. Como así ha sido.

Esa noche mientras yo me alegraba por el NO que clamó en toda Grecia y especialmente en la plaza Syntagma, (qué poco dura la alegría en la casa del pobre), mi hijo lloraba en su cama. A sus 8 años se estaba planteando el sentido de la vida y el fin de la misma.

Nos sorprendió preguntándose quién se iba a acordar de nosotros, su padre y su madre, cuando él muriera. Se me saltaron las lágrimas ante la profundidad del pensamiento. En su mente de niño no cabía no sólo el hecho en si de la muerte, sino que tampoco la desaparición de nuestra memoria. Nos manifestó su miedo a la soledad, el miedo a ser huérfano.

Su preciosa cabeza no entendía la nada después de la muerte. Y en ese momento me dio pena no tener un cielo al que recurrir, o un paraíso de luz y color que invocar para calmar su angustia infantil.

Yo fui educada en la religión católica. Feliz pensando en el cielo, temiendo el infierno. Intentando ser buena y pidiendo perdón por todos mis pecados… por todos mis pecados. Qué pecados se pueden cumplir con 8 años?

La última vez que me confesé tendría 14 años y sentí miedo al salir de aquella iglesia. Eso y leer, según mi madre la filosofía tuvo la culpa, hicieron que dejara de creer a ciegas y empezara a plantearme dudas (la lógica, el creer porque sí, la jerarquía, las desigualdades, el papel de la mujer, su intromisión en la vida pública, sus posturas sobre la homosexualidad y el aborto, la religión en las escuelas…).

Decidí, decidimos, criar a nuestros hijos libres, sin la carga de la losa crisitina, sin sentir el ojo del juez pegado a tu cogote y quisimos que fueran dueños de su destino y no del dios dirá o ni de lo que dios quiera. Eso está haciendo que nuestros hijos piensen y se planteen cosas. Son respetuosos con quien piensa diferente e incluso han sobrevivido a las comuniones de familiares y amigos, sin sentirse raros ni extraños, sin ambicionar regalos extra.

Los valores, nuestros valores se enseñan en casa, el colegio contribuye claro está, pero es en casa donde se empiezan a cocer sus ideas, hasta que ellos decidan cocinarlas en solitario. Creo firmemente que la religión debe estar fuera de la escuela, pertenece al ámbito de la esfera privada, a lo personal. Nunca debió cruzar la puerta de las aulas.

A veces me gustaría tener un cielo que ofrecer a mis hijos, a mi hijo, pero sólo le puedo decir que el cielo está aquí en la Tierra y siempre estarán mis brazos y mis abrazos para recordárselo.

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