Cómo se mata a un muerto

Son tiempos difíciles. Los virus campan a sus anchas por este mundo globalizado. Estamos en casa, sin poder salir. Pero eso nunca fue un problema para viajar. Nos quedan los libros. Yo he terminado uno que empecé antes del exilio. Un libro triste, un libro hermoso.

El final de Los girasoles ciegos de Alberto Méndez llegó en penumbra, en la puerta de mi casa, vivo en el campo, mientras aullaban perros a lo lejos.

Es el relato de 4 derrotas, a cuál más triste y devastadora. Dignas derrotas que merecen ser leídas, por justicia a todxs las/los invisibles. Por Carlos Alegría, por Ricardo y Elena, por todos los Lorenzos que han crecido solos y hechos de retales, por los Rafaeles muertos, por lxs niñxs nacidos sin nombre, por los Juanes que esperaron para nada, por los idiomas inventados para sobrevivir… Porque es de justicia.

Me resistía a leerlo, creo que hay que estar emocionalmente preparada para leer este libro, pero fue un regalo especial de las pasadas navidades y rápidamente lo puse junto a mi cama. Lo miré unos días, para que nos fuéramos conociendo. Su sola presencia hacía mi sueño intranquilo. Cuando me animé, lo he ido leyendo a dos velocidades. Un día devoraba. Al día siguiente releía, para no olvidar nada. Y a cada página las historias iban echando raíces en mi corazón.

Maravillosamente ilustrado por Gianluigitoccafondo en esta edición de Contempla de la editorial Edelvives. Consta de dos partes, la novela en sí y una novela gráfica. Las palabras están cargadas de sentido, ahora más si cabe, al ir acompañadas de estos dibujos turbios y oscuros, llenos de sinceridad.

Sigue al lado de mi cama, me pasa cada vez que termino un libro con el que he tenido una conexión especial. Me cuesta despedirme y me cuesta más empezar una nueva historia.

Dejar un Comentario

Los campos marcados con * son obligatorios.