Despedir a un hombre bueno

Ahora que la vida parece suspendida, me he dado cuenta de que era realmente yo la que estaba en letargo. La vida sigue abriéndose paso y a mis 52 años me he hecho mayor. Ya no soy la niña de nadie.

Hoy hace un mes que dejaste de respirar.

En medio de todas las ausencias que se producen estos días, yo me he despedido de ti. Sigo en proceso, más bien. No sé qué se le dice a un padre para dejarlo marchar. No sé cómo hacerlo.

Estos días te he escrito muchas cartas de despedida en mi cabeza. He charlado contigo y me he sentido sola, muy sola, al no obtener respuesta.

He buceado en mi infancia buscándote. Han aparecido recuerdos tiernos, dulces y graciosos. Otros dolorosos. Enfados y momentos tristes. La vida.

Mientras iba creciendo, siendo adulta, teniendo hijos yo también, a la par, tú envejecías a mi lado. Es extraño, en mi cabeza conviven imágenes de ti grande y fuerte, con las de ahora: mayor, frágil, débil, a veces enfermo. Tus nietos, mis hijos, empezaban a ser más altos que tú. Hasta que ha llegado el día en que tu cuerpo ya no ha podido más. Cansado de respirar y de seguir bombeando sangre para poner tus largas piernas en movimiento. Movimiento que cada vez era más lento y pausado.

Lo de hacerse mayor era esto? Crecer es despedirse?

En estos días muchas familias se han despedido. como han podido, de seres queridos. Hemos dicho adiós a personas que pensábamos no se irían nunca jamás. Pero este juego no funciona así. Tiene un final. Y ese momento nunca viene bien, nunca se está del todo preparada para ello.

Cuando enfermaste, pensé que lo superarías. Te habías visto en otras peores y habías salido adelante, siempre conseguías escapar. Pero las vidas extra son limitadas y tú ya estabas cansado. De todas formas lo supe antes.

Tu hermana Carmen se despidió un lunes, tan solo tres días antes, y lloré, lloré mucho. Ella: pilar, faro, abrigo, refugio… Y también lloré por ti, sabía del amor por tu hermana, te ibas a ir con ella y  no tenía consuelo. Esa mañana empecé a despedirte. Tengo en mi cabeza esta canción de Antonio Vega desde que me dijeron que ella se había ido.

Donde nos llevó la imaginación
Donde con los ojos cerrados
Se divisan infinitos campos
Donde se creó Ia primera luz
Germinó la semilla del cielo azul
Volveré a ese lugar donde nací
De sol, espiga y deseo
Son sus manos en mi pelo
De nieve, huracán y abismos
El sitio de mi recreo…

No es que tirara la toalla y no quisiera ayudarte a continuar, es que empecé a verte. Te miré con atención y lo supe: tus frágiles piernas, las debilidad en tus brazos, la piel fina como papel de fumar, tu respiración cansada. No ibas a querer seguir. Y ella, tu hermana, no te dejaría aquí sin ella.

Tu segunda madre, la que adoraba a su hermano pequeño, el más callado y tímido de los seis. Ninguno de los dos supisteis de la situación del otro. Decisiones que tomamos las hijas que nos quedamos aquí para evitaros sufrimiento y dolor.

Es una sensación rara, ver a una persona abandonar la vida. Es dejarse ir, respirar cada vez más suave, los latidos cada vez más espaciados, la conexión con el mundo se va perdiendo,

En esos momentos te grabé un audio, para decirte algo al oído, por si me escuchabas aún. Traté de agradecer la vida recibida, quise disculparte los errores cometidos y pedirte perdón por mis torpezas, algunas cosas las hubiera hecho diferente ahora. No sé si llegó a ti, quiero pensar que sí, a mí al menos me invadió cierta dosis de paz.

En ese momento empezaron a aflorar recuerdos de una infancia perdida, robada, donde me hice mayor muy pronto, demasiado pronto, mientras tú intentabas cuidarme, y a veces, venías a mí como un niño grande a pedirme ayuda, frente a lo que tú tampoco entendías. A veces, nuestra casa fue un infierno y tú hacías lo que podías. Gracias por ello. Pero fácil no fue.

Silencioso, trabajador, atento, correcto en la formas, tranquilo, paciente, observador, justo, delicado, cuidadoso, generoso, detallista, cariñoso (a tu manera)… sobre todo silencioso. Formas parte de esa generación de hombres educados para no mostrar, para no manifestar. Todo se llevaba por dentro, las emociones, el dolor o la pena, no se exteriorizaban, ni se compartían. Pero allí estaban. Y fuiste tragándote los sapos que se presentaban, porque era lo que tocaba.

Extraña esa forma de amar. Devoción, lealtad, compromiso, fidelidad, a cualquier precio. Aunque por el camino fueras dejando pedacitos de ti. Tu tarea era salvaguardar la paz familiar. Difícil, con los mimbres que tenías, pero pusiste en ella todo tu empeño.

Diferentes trabajos, sin descanso, sin quejarte por tu suerte. El campo, la fábrica… Lo mejor para tu casa. Cuando con un trabajo sólo, no se podía llevar una vida digna. Ganando muy poco. Pero ese hombre grande, seguía adelante.

«Sé independiente». «Cásate con quien te quiera». «No dependas nunca de un hombre». Estas palabras dichas por un hombre que nació en 1933 son muy progresistas. Te adaptaste a una vida en movimiento constante, con  roles cambiantes, mujer e hijas que iban por delante.

Las «cosas de casa» eran eso, tareas a hacer por todas las personas que vivían en la casa. Tus tortillas de patatas eran míticas, las migas, las sopas de ajo que aprendí a comer ya de mayor.

Aún hoy, recuerdo como el mejor pan que he comido nunca, uno que preparaste en una huelga general. Supongo que lo habré adornado en mi memoria. No había pan, ni harina en las tiendas. La tuviste que buscar y en nuestra cocina de leña (no teníamos horno) hiciste el mejor pan del mundo. Era muy feo, tosco, sin aspecto de panadería, pero sabía a pan. La miga esponjosa y blanca, muy blanca.

Sé que te hubiera gustado tener un hijo, lo tuvisteis pero se fue antes de tiempo. Nadie debiera pasar por ahí. No imagino dolor mayor. Ahora lo sé. Esas cosas dejan huella en el alma para siempre.

Son muchas cosas las que te debo: la vida, los cuidados, el respeto por las cosas y el trabajo de los otros, mi manera de mirar el campo, el amor a pasear por el monte, el gusto por tocar la tierra, el tesón para seguir, el cuidar de los tuyos. Todo eso permanece en mí, todo eso pervive.

Mi hijo, tu nieto, cuando era pequeño me preguntó en cierta ocasión sobre la muerte. Había mucha angustia en él. Le preocupaba que cuando él muriera nadie se acordara de mí. Qué fácil es tener un cielo al que recurrir y una vida «futura» mejor a la que agarrarse.

Yo no creo en una vida «superior», ni en un cielo reservado para los justos y para los buenos.

Yo creo en el sol que sale cada mañana, en el aire que respiro, en quien duerme a mi lado, en la sonrisa de mi hija y de mi hijo, en la palabra dada, en los hechos que definen a las personas y creo en lo que me has ido enseñando durante la vida que nos tocó compartir.

Siempre seguirás presente en mi día a día en mi forma de proceder, en mis gestos, en mis rasgos familiares. Siempre estarás presente en mis pequeñas felicidades, porque sé que te alegrarías por todas ellas. Te veré en tus nietos, sobre todo en mi hijo, que es un pequeño tú, también tímido y reservado, al que hay que sacarle las cosillas despacio, pero que es cariñoso y paciente como lo eras tú.

Mientras yo siga estando viva, mientras mi cuerpo haga sombra, como diría tu hermana, seguirás presente en mi vida. Cuando yo ya no esté aquí, seguirás en la de mi hija y mi hijo.

Gracias.

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